ESTADO ISLÁMICO Y ESTADO ÉTICO DE DERECHO.
Juan José Bocaranda E
A
NIVEL MUNDIAL, EL ESTADO DE DERECHO MANIFIESTA FRECUENTE E INNEGABLE DEBILIDAD…
LA
DEBILIDAD DEL ESTADO DE DERECHO RADICA EN LA MANIPULABILIDAD DEL DERECHO, Y LA MANIPULABILIDAD DEL DERECHO RADICA EN LA DEBILIDAD MORAL DE LOS FUNCIONARIOS. LUEGO SE
TRATA DE CONDICIONES NECESARIAS VINCULADAS.
Impulsada por la energía de su proceso evolutivo,
la humanidad intuye que en los tiempos que corren, tiene ante sí un reto
perentorio, cual es concebir los medios adecuados para salvarse de la
aniquilación universal. Ella se encuentra en la encrucijada final, ante su gran
alternativa: continuar habitando el Planeta, o desaparecer con él. Afirmar que
el mundo está "armado hasta los dientes" es una expresión desgastada
como frase, pero subsistente como realidad.
Y el rescate se torna tanto más difícil cuanto el
hombre no avanza porque se lo impide una realidad decadente que lo absorbe,
aliena y mediatiza, y no domina esa realidad porque carece de conciencia y
voluntad.
Cuando fueron desatadas las fuerzas del poder
nuclear, hubo "sabios" que, ante la posibilidad de que el mundo
quedase reducido a menos cero por una reacción en cadena, se limitaron a
preguntar dónde estaba escrito que la humanidad debe existir por siempre (¡!),
como si los científicos y los políticos fuesen dueños del destino de la Tierra.
Fríamente hay que decirlo: o la humanidad hace
los esfuerzos necesarios para salvarse a sí misma, o perece irremediablemente.
Lo que significa que debe extraer fuerzas de lo más profundo de su ser, como en
una gesta suprema.
" Si de verdad queremos que el nuevo milenio
sea más pacífico y de mayor armonía para la humanidad -ha expresado el Dalai
Lama- nosotros tendremos que hacer el esfuerzo para lograrlo".
En este epicentro de angustia y pesimismo muchos
no dejan de preguntarse si resta algún rasgo de esperanza que pueda salvar a
la humanidad en el último momento.
Es evidente que ese rasgo de esperanza no puede
ser hallado ni en la Religión ni en la Tecnología. No en la Religión porque ésta es
fuente de enfrentamiento entre los seres humanos, quienes carecen de
sabiduría de voluntad para coincidir en lo esencial. Tampoco en la Tecnología porque la
inconsciencia de quienes la usurpan la utiliza como medio de destrucción.
La solución puede hallarse en el Derecho, mas
sólo a condición de que salte, de ciego instrumento de intereses subalternos,
puramente económicos o materiales, a factor de fines superiores, concordando la
Verdad la Justicia con el Bien, sobre la base de la Seguridad Moral.
Con todo, no sería suficiente la depuración del
Derecho: se precisa un sujeto colectivo, capaz de motorizar el cambio. Una
organización que, aunque defectuosa, por lo menos ya exista y no esté por
crearse, pues es preferible contar con algo que empezar con nada. Un ente que,
a la altura de la transmutación del Derecho, sea capaz de realizarlo en función
de los valores superiores de la humanidad y que, como en una especie de
renacimiento inesperado, pueda enderezar el rumbo hacia el rescate, abriendo un
haz de luz para los hombres de buena voluntad. Una asociación eficiente, capaz
de abocarse a plenitud al cumplimiento de tan altos cometidos, como lo
significa contribuir a la salvación de la humanidad y del Planeta. Algo así
como lo que Gaspar de Jovellanos llamaba "una asociación bien
constituida", es decir, autoridad que dirija, fuerza que defienda y
colección de medios que sustente. Una asociación que se conjugue,
internacionalmente, a otras asociaciones similares, con miras a integrar una
entidad superior, de nivel universal, que vele activa y auténticamente por la
Paz.
Dicha asociación debe estar en posesión de un
conjunto de condiciones necesariamente concurrentes. A saber:
1. ser un ente organizado;
2. ser una organización potencialmente eficiente;
3. ser una organización realmente perfectible;
4. estar dotada de poder y de recursos;
5. apoyarse en un factor que le garantice
acatamiento (el Derecho);
6. estar relacionado internacionalmente;
7. contar con una cobertura poblacional;
8. tener espacio geográfico dónde desarrollarse;
9. gozar de independencia y autonomía.
Evidentemente, esta organización no puede ser
sino EL ESTADO Pero tampoco puede ser el Estado tradicional, con
su carga de vicios e imperfecciones, el que pueda emprender la gran tarea de
transmutar la sociedad.
El Estado tradicional carece de la auctoritas,
de aquella fuerza interior que se funda en un íntimo sentido de
corrección y de Justicia. Antes por el contrario, el Estado tradicional ha
llegado a colocarse por encima de los intereses esenciales de la humanidad,
hasta el punto de erigirse en causa determinante de la actual crisis
planetaria. Además, se manifiesta como un aparato cuyo control no puede ser
garantizado por el solo Derecho. Porque el Derecho mismo está por renacer él
también, redimensionando sus fines y elevando el nivel cualitativo de sus
medios para adaptarse a las exigencias del nuevo tiempo.
La fuerza moral es esencial para que el Estado obre en función única del Bien, bajo un
criterio de permanente y auténtica responsabilidad. Sólo así podrá contribuir,
seriamente, al rescate pleno de la sociedad, conjugando acciones con otros
Estados de la misma tónica, y coadyuvando a la salvación y al avance de la
humanidad.
El Estado actual puede convertirse en aquella
organización ideal a condición de que, en un esfuerzo supremo, se vuelva sobre
sí mismo para revisarse, reorganizarse, reorientarse y transmutarse. Es decir,
a condición de que reflexione respecto a la antítesis entre lo que debería ser
y lo que lamentablemente ha venido siendo. Un Estado que se justifique
moralmente ante la humanidad, tratando de resarcir en parte tanto dolor y
tantas lágrimas causados por la muerte inútil de millones y millones de seres
humanos, y por la destrucción de los bienes materiales y del medio ambiente.
Este esfuerzo auto-transmutador del Estado, tiene
que convertirse en una realidad, si no por razón de ideales, sí, tan siquiera,
por motivos pragmáticos de elemental supervivencia. Y el punto de partida es la conciencia moral, la Ley Moral, el Principio Ético.
La reestructuración del Estado y la recontrucción
de los países, deben ser profundas,
porque no se trata de un maquillaje, de una simple cuestión de superficie. No
se trata de cambiar una piel por otra, como lo hacen las serpientes: la
transmutación debe ser total, y lo será en la medida en que se reconozca la Ley
Moral como roca firme, capaz de garantizar la estabilidad del Estado.
El espíritu del nuevo milenio es de cambios
positivos profundos, jamás vistos. Si la sociedad y el Estado no adoptan
estructuras "antisísmicas", estarán llamados a nuevos fracasos.
El Estado debe estar en condiciones de enfrentar el peligro de un Estado demencial, absurdo, aniquilador y superlativamente
absoluto, como manifiesta serlo el llamado Estado Islámico, al que sólo puede oponerse
con eficacia un Estado que se apoye en una Moral jurídicamente obligatoria expresada en el
Principio Ético como norma suprema del ordenamiento jurídico.
Por ello hemos de afirmar categórica y responsablemente
que ninguno de los Estados actualmente existentes en el mundo –todos ellos
simples “ESTADOS DE DERECHO” – goza de la fuerza moral necesaria para hacer
frente a esa amenaza universal, como la tiene EL ESTADO ÉTICO DE DERECHO que propone la IUSÉTICA.
Sólo un Estado premunido de una Moral endojurídica,
es decir, un Estado donde la Moral sea Ley jurídicamente obligatoria, estará en
condiciones de salvar la Tierra, de salvar a la Humanidad, lo cual no es poco,
porque lo es todo…¿O no?.
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