LA DEROGACIÓN DE LA JUSTICIA. EL TIRANO SAURIOS. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E.
Mucho tiempo atrás, antes de nuestra era, el tirano Saurios, del reino
de Lumiria, no satisfecho con la usurpación del poder, dispuso también, para
maximizarlo aun más, una reforma drástica de la Constitución. Así, decidió
derogar el derecho humano a la demanda
de justicia. Por consiguiente, pasarían a ser absolutamente inútiles el Poder
Judicial y todas las normas relativas a la administración de justicia.
A este nuevo sistema de Estado se le denominó oficialmente “DEMOCRACIA
BINOMIAL”, aunque en realidad se trataba de un régimen despótico.
Era “binomial” pues sólo quedaban en pie los Poderes Legislativo y
Ejecutivo, si bien el primero era dirigido y despotizado por éste último,
porque los “legisladores” eran y seguirían siendo títeres y juguetes de la
voluntad de Tirano Saurios.
Decretada la inexistencia de la idea de Justicia, se la sustituiría,
para la teoría y para la práctica, por la idea de “co-rrectitud”, que debía entenderse
como “el conjunto de principios y normas emanados del Poder Binomial para
orientar e impulsar el quehacer del Estado conforme a los fines de éste de
controlar omnímoda y radicalmente el orden social”. Por consiguiente, eran
fines del Estado los que como tales decretara y estableciera el Poder Binomial.
En la “democracia binomial”, la
soberanía no pertenecía al pueblo sino a los dos Poderes, es decir, al déspota.
Los elementos del Estado se reducían al Poder, en manos del un Legislativo
sumiso a la voluntad del Ejecutivo. La población no sería considerada elemento
del Estado sino simple receptor de la voluntad del Poder Binomial. Y, en cuanto
al territorio, no pasaba de ser sino “base material instrumental y extensible
del Estado Binomial”.
Todo era regido por el “Gran Principio de la Democracia Binomial”: el
principio pragmático de la conveniencia, es decir, de aquello que el Binomio
considerara de su solo interés.
Conforme a un parágrafo especial de la reforma constitucional, aunque derogado
el sistema judicial, se atenderían los procesos en curso, pero con la
advertencia de que los casos futuros debían darse por “jurídicamente inexistentes,
desestimados de por sí, en forma definitiva, sin materia sobre la cual decidir”.
Los ciudadanos que tenían casos pendientes en cualquiera de las ramas
del Poder Judicial, en cualquiera de las
instancias, debían abocarse a impulsarlos a la mayor brevedad, en un plazo
perentorio de quince días consecutivos.
Tal era la prisa del régimen en exterminar cuanto antes todo lo relativo
a la justicia.
Aquella norma constitucional tan sorpresiva, extraña y sobre todo tan aberrante, fue
aprobada con carácter urgente un día viernes, por lo que a partir del lunes inmediato
comenzaba el plazo perentorio para la liquidación.
Ese lunes, miles de personas se agolparon a las puertas de los
tribunales de todo el país. Hubo, por supuesto, entorpecimiento del tránsito,
altercados, protestas, peleas callejeras, graves desórdenes en los que podía
percibirse asomos de rebeldía.
Los porteros controlaban el ingreso del público a los tribunales, en
forma meticulosa, con el auxilio de agentes policiales ostensiblemente armados.
En las salas de espera no se permitía personas de pie. Por lo tanto,
desde un principio se anticipaba que las jornadas serían largas, muy largas y
tediosas.
Para ingresar a las salas de audiencias se exigieron pases muy
especiales, donde el ciudadano debía precisar la naturaleza de la causa y
justificar con todo detalle su presencia. La cola para esta tramitación se
dilataba en quince kilómetros y medio.
Cuando por fin alguien lograba el acceso a la sala de audiencias,
hallaba las paredes cubiertas de letreros extraños, algunos de ellos hasta
absurdos y risibles, como:
-Prohibido hablar salvo por señas
-Economice el oxígeno respirando lo menos posible
-No contamine el ambiente con malos pensamientos ni torvos deseos
-Ame a su prójimo, pero más aun a los funcionarios, que son sus
servidores
-No pregunte por los alguaciles, porque todos fueron despedidos por tramposos
-Puede estornudar, toser o carraspear, pero con discreción
-No se hurgue la nariz
-Permanezca con el bozal antivirus cubriendo nariz y boca
-No solicite información porque no le darán ninguna respecto a ningún
asunto
-Hoy no habrá audiencia, mañana tampoco
Cuando los organismos internacionales hicieron manifiestas su extrañeza
y su protesta por tan descomunal situación, el Presidente de la Legislatura
declaró que el dinero que hasta entonces se “malgastaba” en asuntos de la
Justicia, se invertiría en obras para el pueblo. Y cuando se le preguntó qué
sucedería con la administración de la Justicia, respondió:
-¿Y para qué existe el Poder Legislativo?
-¿Y el asunto de la interpretación de las leyes?
-Cuando las leyes son completas, claras y precisas no se requiere
interpretación. Allá los países que no están abiertos a las nuevas corrientes
del pensamiento jurídico y que se aferran a la tradición de un Poder Judicial inútil. Donde funcionan un
Legislativo y un Ejecutivo eficientes, no se requieren más Poderes.
Podada de un solo hachazo constitucional la rama de los derechos
judiciales, pronto fueron cayendo, como ganchos secos, los demás derechos
humanos. Porque ¿cómo pueden funcionar los derechos humanos en un país donde no
haya ante quién reclamar su cumplimiento?
El árbol antes frondoso de los derechos humanos dejó ver a lo lejos, en
la colina neblinosa de la historia, la silueta desolada de un esqueleto de
hierros retorcidos carcomidos por la herrumbre…
Se restringieron los estudios de Derecho. Las Escuelas de Derecho se
limitaron a producir legíferos y ejecutivistas en serie. Desde las primeras
promociones de este nuevo sistema, los graduandos de la Escuela de Derecho
usaban, en el acto de graduación, birretes unicornio y togas con una sola manga,
pues a todos les faltaba un brazo: el brazo de la Justicia. Por eso el pueblo
los llamaba “Los Mancos del Derecho”.
Sin embargo, como no hay mal que dure mil años, un día murió el Tirano
Saurios, y todo comenzó a renacer, hasta la esperanza…
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