SABIA Y HONDA
Doña Elvia era una
mujer sabia. De escasa cultura, pero inteligente. Católica, pero no fanática.
Metódica, pero no extravagante. Hablaba sólo lo necesario, lo cual es mucho y
muy bien decir de una persona.
Solíamos conversar
cuando yo comenzaba la adolescencia. Fue quien me encaminó hacia los estudios
sacerdotales, no sin advertirme: si alguna vez, en el Seminario, te das cuenta
de que estás fastidiado de esa carrera, salte de inmediato. Es preferible un desertor
oportuno, que un sacerdote desadaptado.
Para comenzar, me
recomendó con el Párroco Mariano Lombroso, sacerdote italiano descendiente del
famoso fundador de la Escuela de Criminología Positivista, César Lombroso.
El Padre Mariano me
incorporó al grupo de los monaguillos, donde escuché de cerca los primeros
latinazos, de los que los muchachos no
entendíamos ni papa, ni siquiera cuando rezábamos
el Credo en la Misa.
Cada visita mía a Doña
Elvia, encerraba una enseñanza valiosa, que hoy le agradezco, pues me abrió los
ojos.
Recuerdo que, entre
otras cosas, me dijo:
+Ya que tienes la
oportunidad de estudiar, hazlo. Pero de verdad. No le des tanta importancia a
las calificaciones como al hecho de estar consciente de lo que sabes.
Para obtener buenas
notas muchos recurren a la adulación, lo cual es insano, inmoral, porque es una
forma de evadir la verdad. Tú no. Tú debes recurrir a tu propia consciencia, a
tu realidad personal y debes otorgar más valor al saber que al título.
En este país hay
muchos titulados que merecen la destitulación.
+Cuando obtengas
título, no te vanaglories, no te creas
superior a los demás. Sé humilde. El hombre cuanto menos vale más se infla, y
el inflarse es propio de la gente mediocre. Mediocre es el que vale mucho menos
de lo que cree. La mediocridad es una enfermedad del espíritu que
desgraciadamente padece mucha gente.
La manifestación más
clara de la mediocridad de una persona es la envidia, que es egoísmo, vileza,
mezquindad.
+Cuando tengas
hijos, una de las primeras lecciones que debes enseñarles es evitar la
mediocridad.
La palabra lo dice:
mediocre es el que no vale mucho porque sale de abajo pero no llega sino a
mitad de la cuesta, jamás a la cumbre. Se queda a mitad del camino y de allí
jamás logra salir.
+La gente
desperdicia energía sin necesidad. Se
debe ser severo en cosas que valgan la pena, que verdaderamente valgan la pena.
No en tonterías. “Fulano de tal” es excesivamente exigente para con sus hijos,
que son unos muchachos buenos y no merecen que les imponga castigos por simples
travesuras.
Si te toca ser padre
de familia, no olvides este consejo.
+Si “fulana” hubiese
abortado como le aconsejaban las malas
lenguas, porque el hijo sería extramatrimonial, ¿quién hubiese visto de ella
durante la vejez, pues no tenía absolutamente a nadie más?
Cuando una mujer ve
que nadie se va a casar con ella, que tenga un hijo, sea como sea. El
matrimonio no es fundamental. Con matrimonio o no, la gente sigue existiendo.
Yo me casé, pero no
tuvimos hijos. Adopté a un niño, y es el
que ahora me acompaña después de que murió mi esposo.
+La sociedad siempre
está dispuesta a criticar, pero no ayuda
a nadie. Cada quien tiene que luchar solo. Quien se entrega a escuchar a la
sociedad, se hunde, fracasa o por lo menos se cansa de esperar y nadie lo
ayuda.
+En la oración lo
que importa no son las palabras sino la intención.
Conocí a una
campesinita muy creyente, muy fervorosa, que creaba al momento sus propias
oraciones, sin mucha formalidad. Rezaba poco las oraciones comunes, como el
Padre Nuestro y el Ave María, que la gente repite como los loros,
maquinalmente, sin ningún sentimiento.
Una vez la escuché
orar frente a la imagen de la Virgen del Carmen, en la iglesia que está a una cuadra de aquí:
“Ay, putita, putita.
Concédeme esa merced. Ayúdame, putita ”- decía con verdadera piedad, sintiendo
profundamente lo que pedía.
+Los amigos
verdaderos se cuentan con los dedos de una mano, y todavía sobran uñas…
No debemos suponer
que todos los que dicen ser amigos lo son realmente. Hay que ir con mucho
tiento en esta materia. Observar, estudiar, analizar a las personas, para ver
si merecen nuestra confianza. Muy pocas pasan la prueba.
+Prefiero un enemigo
sincero que un falso amigo. De un enemigo
franco, uno sabe a qué atenerse. Cuidado y lo más lejos posible.
Pero los amigos
falsos son otra cosa, porque la máscara esconde sus malas intenciones, y ahí
está el problema. Debes aprender a desenmascarar a la gente.
+Cuando no estás de
acuerdo con un amigo en algún asunto, díselo con franqueza. Si te da una mala
respuesta, abandona esa amistad, porque esa persona indica que es enemiga de la
verdad, y no hay ser más vil que quien rechaza la verdad.
+Uno debe estar sólo
donde y cuando es necesario para prestar ayuda o colaboración. Si no es así, es
un estorbo. No hay ser más estúpido que quien ni siquiera se da cuenta de que
está estorbando.
Cuando años después
la visité en su casa, poco antes de su muerte, le informé que había abandonado
la carrera sacerdotal y me había graduado de ingeniero en los Estados Unidos. Me
felicitó: mejor así, si no ibas a ser un buen sacerdote. La Iglesia está llena
de malos curas porque no se retiraron a tiempo, por estupidez o por cobardía.
También le llevé a
mi esposa Mary, norteamericana con la que me casé en Los Ángeles, de la que
tuve dos hijos. Doña Elvia conoció al primero de ellos.
¿Te das cuenta,
Carlos? Si hubieses sido cura no estarías casado con esta buena mujer ni
andarías libremente con tus hijos…
Tenía razón…Ah, Doña
Elvia. Cuán sabia eras…
Bendigo la suerte de
haberme contado entre sus amigos. Sus consejos me resultaron de gran ayuda en
el curso de mi vida. Fue algo muy pero muy oportuno porque su orientación me
llegó cuando más la necesitaba, a falta de otros consejeros…
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