LA REVISIÓN
DEL PRINCIPIO DE DIGNIDAD.
VISIÓN
IUSÉTICA.
Juan Josè Bocaranda E
La
dignidad humana es sólo una potentia,
no una realidad de por sí, Para que un
individuo goce del derecho a ser
respetado, debe merecerlo, no en la teoría sino en la práctica.
Al
criterio de la dignidad humana no debe mirársele en forma apriorística.
Cada
quien debe ganarse el merecimiento a
disfrutar de los derechos humanos.
Iría
contra lo más elemental de la justicia
reconocer estos derechos a quien los niega a los demás.
El Mundo està cayendo, cada vez
màs, al nivel de su propia destrucción. Los hechos cotidianos lo evidencian: el
desprecio hacia los valores espirituales y morales; la apología del crimen; la
prèdica diaria de la violencia contra la razón; las lecciones permanentes de
una televisión podrida; el incremento de la crueldad; la generación de armas
cada vez màs destructivas; la preparación acelerada de los “robots guerreros”,
para una destrucción màs inhumana y radical; la voracidad de las grandes
(pre)potencias; la indolencia respecto al mal ajeno; los abusos de las
empresas farmacéuticas; la ausencia creciente de la compasión; la muerte
de la generosidad; la búsqueda del confort aun con menoscabo de los màs altos
valores; la distorsión de la naturaleza en los màs diversos aspectos; los peligros
reales de la manipulación ciega de la genética; la ceguera de los
“científicos” que a cuenta de tales se creen superiores a la verdad; el
aumento del consumo de drogas y la constante creación de otras cada vez màs
demenciales; y el descaro de los malvivientes y asesinos que, cuando los
aprehende la autoridad, exigen el respeto de “sus” derechos,
contradictoriamente violados por ellos, en forma permanente…
En fin, son tales los hechos y las circunstancias de crueldad y de
“in-humanidad”, que se torna necesario
revisar algunos “principios”, como aquél que se refiere a la dignidad humana.
Se ha dicho, en efecto, que el
ser humano merece respeto porque es
digno de ello, de por sì, por obra de su propia naturaleza: basta que se trate
de un ser “humano”, para que todos debamos reconocerle sus derechos, sin
condiciones.
Sin embargo, cuando confrontamos
el principio de la dignidad humana con los hechos cotidianos ya enumerados,
hemos de llegar a la conclusión de que ese principio debe operar a
manera de una presunción y no de un paràmetro fijo, inexorable.
A nuestro modo de ver, vistas
aquellas circunstancias negativas, el principio de la dignidad humana quedarìa asì, por lo menos en cuanto atañe a
nuestra propia convicción: “SE PRESUME QUE TODO SER HUMANO MERECE
RESPETO EN LA MEDIDA EN QUE ÈL MISMO REALICE SU DIGNIDAD. Y REALIZA SU DIGNIDAD
EN LA MEDIDA EN QUE DEMUESTRE QUE ÈL, A SU VEZ, RESPETA LA DIGNIDAD DE LOS
DEMÁS”.
Conforme a este “principio
revisado”, un sujeto que se dedica a
violar los derechos humanos, se torna indigno de que se le respeten los suyos”,
pues en realidad no los tiene: los ha perdido justamente por perpetrar hechos
contrarios a la dignidad de los demás. En otras palabras: CUANDO UNA PERSONA SE
DEDICA AL MAL, AL CRIMEN, ESTÀ RENUNCIANDO, IMPLÍCITAMENTE, A LA DIGNIDAD DE LA
QUE ES DUEÑO SÒLO “EN PRINCIPIO”.
Un corolario inevitable de esta
revisión es el siguiente: desde un punto de vista profundo, moral, sòlo pueden
reclamar el respeto de sus derechos humanos, las personas que hayan alimentado
ese núcleo presuntivo, mediante un comportamiento idóneo, es decir,
manifestando respeto por los derechos de los demás.
Es indignante –por decir lo
menos- que un bandido, cuando està en manos de la autoridad, reclame a su favor
el respeto de los derechos humanos, toda vez que ha perdido ese derecho por violentar la
dignidad de los demás.
Ninguna filosofía, por màs
“humanista” que pretenda ser, tiene derecho a imponer a la sociedad que
reconozca la dignidad humana y respete los derechos humanos de quien, por obra
de una interpretación de las leyes, blandengue, volverá a las calles a proseguir
sus obras nefandas: ningún filòsofo ultrasensible, ningún defensor asalariado
de los derechos humanos, ningún “especialista” de la dignidad humana, puede pretender que la sociedad actùe en
forma estúpida otorgando libertad y
mimos a quien la maltrata.
Los señores jueces, en vez de
ceñirse maquinal e inconscientemente, a secas, al principio de la dignidad
humana, deben revisar los hechos con base en las pruebas para establecer si el procesado es “digno de la
dignidad”. De lo contrario se convierten en cómplices en la violación de los
derechos.
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